Con la aviesa intención de hacer buena la idea de que se puede convertir en verdad una mentira a fuerza de repetirla se ha venido colocando el mensaje entre la afición valencianista consistente en aseverar como dogma de fe que Amedeo Carboni lo tiene todo atado y bien atado con Marcelo Lippi para que el ex seleccionador de Italia se presente en Valencia de forma inmediata y sustituya a Quique Sánchez Flores . Chocante parece que, sabiendo todo el Mundo de la escasa o nula credibilidad de la prensa transalpina en materia deportiva, se de por buena una información basada única y exclusivamente en 10 minutos que compartió Carboni con el veterano entrenador al coincidir en la cafetería de un aeropuerto italiano al volver Amedeo de una visita a su país para visitar a un familiar enfermo. Y más chocante , si cabe, que la orquesta de prensa quiquista ponga el grito en el cielo alentada y semidirigida por uno de los miembros del cuerpo técnico ché que no es Quique pero le gustaría serlo, escenificando el victimismo más lacrimógeno. Seguramente el mismo que ha querido hacer una montaña de la presencia de Amedeo Carboni en el vestuario en el descanso de un partido como si de una agresión se tratase y se ha olvidado de filtrar la ingente cantidad de ocasiones en las que el consejero Vicente Silla ha visitado el vestuario o el ex director deportivo Javier Subirats lo hacía para cometidos bien distintos que los que pueden mover a Amedeo.
La información que yo manejo me lleva a pensar que en el Club y en la Dirección Deportiva no hay intención alguna de sustituir al actual cuerpo técnico; lo que sí hay son muchísimas ganas de que dicho cuerpo técnico comience a sacar partido de una gran plantilla que, aún mermada por la plaga de lesiones, debería superar a equipos como el Español o el Athlétic club de Bilbao.
Bien haría el técnico valencianista, trabajador donde los haya, en controlar a su manada no vaya a ser que el lobo acabe perdiendo la fuerza… por la boca.
Bien haría el técnico valencianista, trabajador donde los haya, en controlar a su manada no vaya a ser que el lobo acabe perdiendo la fuerza… por la boca.
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